¿Puede el ejercicio físico frenar el alzhéimer?

Consideraciones previas

Hay muchos artículos, que parecen bastante convincentes, que indican que ciertas conductas en el estilo de vida previenen la enfermedad de Alzheimer. Aun así, con estos informes cada vez más numerosos, la evidencia científica sigue siendo poco clara. La información más consistente sostiene que el ejercicio cardiovascular y la dieta mediterránea son dos conductas en el estilo de vida que pueden reducir el riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer.

Para comprender cómo se llevan a cabo las investigaciones sobre los estilos de vida, es importante entender la diferencia entre causalidad y correlación. Por ejemplo, un estudio puede descubrir que las personas que tienen una alimentación rica en vegetales de hojas verdes tienen un menor deterioro cognitivo. La relación entre el consumo de vegetales de hojas verdes y el deterioro cognitivo es una correlación, es decir, no es prueba de que, en realidad, uno de los elementos causa o previene el otro. Puede ser que las personas que comen vegetales de hojas verdes tengan otros rasgos que los beneficien.

En otro ejemplo de correlación, la investigación indica que otras afecciones, como la obesidad, la diabetes y la presión arterial alta, pueden aumentar el riesgo de padecer demencia. Tener una dieta saludable y hacer ejercicio de manera regular puede combatir estas afecciones, lo cual a su vez podría influir en el riesgo de sufrir demencia.
Sin embargo, estas correlaciones son fundamentales para la investigación. Cuando hay resultados recurrentes en varios estudios, la evidencia se vuelve más convincente, y algo a lo que vale la pena prestar atención.

No hay ninguna desventaja en comer saludable, participar en actividades físicas y mentales, y mantenerte conectado socialmente. Aunque no está comprobado que estas conductas previenen la enfermedad de Alzheimer, son muy buenas para la mente y el cuerpo, y mejorarán tu calidad de vida.

Aunque posee un fuerte componente genético, ¿podemos cambiar algo en nuestra vida cotidiana para prevenirlo o ralentizarlo? La respuesta es sí. Ser físicamente activo ralentiza e incluso corrige la evolución de muchas alteraciones cerebrales ocurridas en la enfermedad y sus consecuencias cognitivas y comportamentales.

La enfermedad de Alzheimer afecta a 36 millones de personas en todo el mundo –se estima que cada siete segundos se diagnostica un nuevo caso–. Su prevalencia se duplica cada cinco años tras haber cumplido los 60. La pérdida de memoria y las alteraciones cognitivas y comportamentales condicionan la dependencia y calidad de vida de los pacientes ocasionando, en última instancia, la muerte por causas indirectas.

El tratamiento farmacológico está encaminado a frenar la evolución de algunos de sus síntomas aunque, desafortunadamente, no reducen ni mucho menos revierten de forma sustancial las alteraciones cognitivas ocasionadas. Por ello, en la actualidad se impulsan terapias alternativas como la psicoterapia, la terapia cognitiva y el ejercicio físico, que han demostrado su potencial atenuando su fisiopatología y, en consecuencia, reduciendo la sintomatología.

Hace más de 2.000 años el poeta latino Juvenal ya señalaba la relación entre la salud física y la salud mental a través de su máxima “Mens sana in corpore sano”. Si bien no le faltaba razón, en la actualidad matizamos que hacer ejercicio físico de forma regular –150 minutos a la semana de ejercicio de intensidad moderada-intensa según la Organización Mundial de la Salud (OMS)– mejora la estructura y funcionamiento de nuestro cerebro a través de diversos mecanismos biológicos que cada vez vamos comprendiendo más.

Beneficios para el cerebro

Hace escasas décadas se pensaba que todo beneficio producido por el ejercicio físico a nivel cerebral estaba regulado por fenómenos psicológicos –efectos ansiolíticos y antidepresivos, euforia, placer– y sociológicos –las interacciones sociales y el enriquecimiento ambiental han demostrado beneficios sobre el cerebro–. A día de hoy sabemos que el ejercicio físico modula orgánica y estructuralmente el tejido cerebral a través de diversos mecanismos biológicos como el incremento del número de células nerviosas (neurogénesis) en regiones críticas para esta enfermedad como el hipocampo, aumentando la densidad de sus conexiones (plasticidad sináptica), mejorando el flujo sanguíneo cerebral, el metabolismo, reduciendo el daño oxidativo, así como mejorando la degradación de productos de desecho tóxicos como la proteína β-amiloide o los residuos ocasionados por la muerte de las neuronas.

El estilo de vida influye

Recientemente hemos publicado un estudio de meta-análisis en la revista Mayo Clinic Proceedings en el cual analizamos el riesgo de padecer Alzheimer en base a la actividad física realizada en los años previos en 23.345 personas de entre 70 y 80 años. En el estudio demostramos que aquellas personas que habían sido físicamente activas, según las recomendaciones de la OMS, durante aproximadamente los 5 años previos, tuvieron una posibilidad de desarrollar alzhéimer un 40% menor en comparación con las personas sedentarias.

Hoy sabemos que muchas de las regiones cerebrales y funciones afectadas en la enfermedad de Alzheimer son susceptibles de mejorar estructural y funcionalmente gracias al ejercicio físico regular. Aunque el riesgo de padecer esta demencia posee un fuerte componente genético, el alzhéimer también puede ser modulado por factores modificables como el estilo de vida. En la actualidad pocas intervenciones, por no decir ninguna, producen efectos tan pleiotrópicos (que afectan a múltiples características) y coadyuvantes (que contribuyen de forma complementaria a producir un efecto, por ejemplo, de un fármaco) sobre la evolución de la enfermedad de Alzheimer.

Conclusiones sobre Alzheimer y ejercicio

La actividad física en general tienen un papel antioxidante dado que disminuye los niveles de LPO (moléculas de ácidos grasos) y regula el metabolismo de glutación y enzimas antioxidantes.
El ejercicio físico produce cambios en patrones relacionados con el estrés oxidativo cerebral, que se traducen no solo en mejoras a nivel cognitivo sino también en patrones conductuales como la ansiedad o la exploración.
Se confirma que la actividad física voluntaria puede ser una terapia adecuada aplicada en diferentes etapas de la enfermedad, aunque parece evidente que un tratamiento preventivo será más adecuado para obtener los mejores resultados (2) .

 

 

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